Dramaturgia y Dirección: Luis Di Carlo - Actúan: Héctor Leza, Paola Peimer, Jenny Van Lerberghe
Análisis de la función del jueves 18 de marzo en Teatro del Abasto
La expresión latina Vivarium, refiere a un “lugar de vida”, un área reservada para el estudio, conservación u observación de una especie animal o vegetal. Tal vez en eso se haya transformado la pequeña habitación destinada a guardar objetos varios (maderas, chapas, bolsas de materiales, elementos viejos o en desuso) en la que irrumpen los personajes de la historia (un hombre y dos mujeres, una embarazada y la otra herida) escapando de algo o de alguien que los acecha en medio de sonidos de gritos y sirenas.
La idea de Luis Di Carlo (dramaturgia y dirección) resulta a priori interesante para el espectador. ¿Quienes son estas personas? ¿De qué huyen? ¿Donde están? ¿Que es lo que está afuera acechando?
A medida que avanza la acción se van vislumbrando algunos datos acerca de la circunstancia de los personajes. ¿Cómo son? ¿Qué sienten? Si los atrapan: ¿dejarán de ser lo que son? ¿Enfermarán? ¿Morirán? Los seres que están afuera: ¿son enemigos, bestias, asesinos? ¿Se trata de una epidemia?
La necesidad de entender lo que está sucediendo junto a la desesperación por ocultarse, resistir y sobrevivir, generará distintos sentimientos entre los personajes con las inevitables discusiones y enfrentamientos.
La obra plantea la existencia de un otro que cambia en forma inesperada y que puede transformarse en una amenaza. El temor a lo desconocido o a lo que se manifiesta de una forma distinta a la acostumbrada. Las cosas parecen que ya no son como eran. Afuera hay algo que ha cambiado y que inquieta. Cada uno se enfrentará a sus propias dudas. Tal vez lo vivan como algo extraño, amenazante, como una enfermedad que trastocará el orden establecido con la consiguiente intranquilidad o miedo, o como una mutación hacia una existencia más espiritual o simplemente distinta a la conocida.
En Vivarium todos los elementos de la puesta en escena (actores, escenografía, vestuario, objetos, etc.) persiguen reproducir una situación realista, una mimesis que resulta funcional al logro de una identificación por parte del público con la situación de los personajes y la intriga sobre lo que les ocurrirá en el futuro. Sin embargo, el texto dramático sobre el que se apoya la representación no logra a través de su enunciado crear la tensión esperable, con segmentos que parecen quedarse a mitad de camino, circunstancia que no es complementada tampoco desde las actuaciones. Si bien se percibe el despliegue de gran energía actoral (en especial de Héctor Leza), ésta presenta intermitencias y no alcanza para crear los niveles de tensión necesarios. Hay discursos que se ralentizan o que se expresan con baja intensidad de sonido y generan instantes en los que la expectativa cede y se diluye. En esta obra teatral el sostenimiento de la tensión dramática resulta imprescindible, siendo especialmente significativa en la medida en que todo lo que va ocurriendo parece apuntar a un desenlace inminente, con espectadores que participan del suspenso anticipando o imaginando un final impredecible.
Hemos presenciado la función del jueves 18 de marzo. Tal vez alguno de los aspectos considerados vaya modificándose a lo largo de las representaciones porque el teatro es “un lugar de vida”, un vivarium donde todo está en constante evolución y en el que los cambios pueden producirse y lejos de generar temor, contribuir a llevar la obra a su máxima posibilidad de realización.
La idea de Luis Di Carlo (dramaturgia y dirección) resulta a priori interesante para el espectador. ¿Quienes son estas personas? ¿De qué huyen? ¿Donde están? ¿Que es lo que está afuera acechando?
A medida que avanza la acción se van vislumbrando algunos datos acerca de la circunstancia de los personajes. ¿Cómo son? ¿Qué sienten? Si los atrapan: ¿dejarán de ser lo que son? ¿Enfermarán? ¿Morirán? Los seres que están afuera: ¿son enemigos, bestias, asesinos? ¿Se trata de una epidemia?
La necesidad de entender lo que está sucediendo junto a la desesperación por ocultarse, resistir y sobrevivir, generará distintos sentimientos entre los personajes con las inevitables discusiones y enfrentamientos.
La obra plantea la existencia de un otro que cambia en forma inesperada y que puede transformarse en una amenaza. El temor a lo desconocido o a lo que se manifiesta de una forma distinta a la acostumbrada. Las cosas parecen que ya no son como eran. Afuera hay algo que ha cambiado y que inquieta. Cada uno se enfrentará a sus propias dudas. Tal vez lo vivan como algo extraño, amenazante, como una enfermedad que trastocará el orden establecido con la consiguiente intranquilidad o miedo, o como una mutación hacia una existencia más espiritual o simplemente distinta a la conocida.
En Vivarium todos los elementos de la puesta en escena (actores, escenografía, vestuario, objetos, etc.) persiguen reproducir una situación realista, una mimesis que resulta funcional al logro de una identificación por parte del público con la situación de los personajes y la intriga sobre lo que les ocurrirá en el futuro. Sin embargo, el texto dramático sobre el que se apoya la representación no logra a través de su enunciado crear la tensión esperable, con segmentos que parecen quedarse a mitad de camino, circunstancia que no es complementada tampoco desde las actuaciones. Si bien se percibe el despliegue de gran energía actoral (en especial de Héctor Leza), ésta presenta intermitencias y no alcanza para crear los niveles de tensión necesarios. Hay discursos que se ralentizan o que se expresan con baja intensidad de sonido y generan instantes en los que la expectativa cede y se diluye. En esta obra teatral el sostenimiento de la tensión dramática resulta imprescindible, siendo especialmente significativa en la medida en que todo lo que va ocurriendo parece apuntar a un desenlace inminente, con espectadores que participan del suspenso anticipando o imaginando un final impredecible.
Hemos presenciado la función del jueves 18 de marzo. Tal vez alguno de los aspectos considerados vaya modificándose a lo largo de las representaciones porque el teatro es “un lugar de vida”, un vivarium donde todo está en constante evolución y en el que los cambios pueden producirse y lejos de generar temor, contribuir a llevar la obra a su máxima posibilidad de realización.
Dramaturgia y Dirección: Luis Di Carlo
Actúan: Héctor Leza, Paola Peimer, Jenny Van Lerberghe
Vestuario y escenografía: Dize Marnezti
Asistencia de dirección: Mauricio Heredia
Asistente de escenografía: Tomás Martin
Los jueves a las 21 en Teatro del Abasto, Humahuaca 3549, Ciudad de Buenos Aires.
Nota escrita por Carlos Folias y publicada en Leedor.com el 01-abril-2010
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