jueves, 22 de abril de 2010

EL ANATOMISTA

Estuvimos en la función del miércoles 14 de esta excelente versión para teatro realizada por Luciano Cazaux de la novela homónima de Federico Andahazi. Si bien habíamos presenciado hace un tiempo atrás uno de los ensayos y teníamos algunas pistas acerca de como sería la puesta, fue una grata sorpresa ver el trabajo terminado. No me voy a extender en el análisis de la obra ya que más abajo se trascribe el realizado por Teresa Gatto para Leedor.com que está imperdible. Sólo les diré (parafraseando a Teresa) que si tuvimos que esperar más de 300 años para que la iglesia aceptara que la tierra y los humanos no éramos el centro del universo y más de 40 para que perdonara a John Lennon porque dijo que los Beatles eran más famosos que Jesús, creo que Muscari y su fantástico equipo deberían ir olvidándose del paraíso por lo menos por unos cientos de años. Igual no creo que les importe porque el verdadero paraíso parece estar en el escenario.

El Anatomista, de Federico Andahazi conoció la luz con una polémica. Habiendo obtenido el premio Joven Literatura de la Fundación Fortabat en 1997, en fallo unánime de un jurado de notables, y existiendo el prurito pacato de entregar el premio a una novela de contenido erótico, el autor recibió el dinero acordado para la distinción y no hubo ceremonia de entrega de premios.
Pasaron muchos años, corrieron raudales de aguas turbias que anegaron provincias, ciudades, morales y gestiones y hoy la puesta de José María Muscari sigue desatando polémicas. ¿Se cuestiona la puesta? ¿O seguimos sin digerir el tema?
¿Cuándo los argentinos dejaremos de rasgarnos las vestiduras por la ficción y comenzaremos a llorar por la realidad? La historia de Mateo Colón convertida en Best Seller y traducida a más de 30 idiomas...
narra un descubrimiento anclado como indicio en el nombre de su protagonista y encuentra ese lugar recóndito, codiciado y mutilado psicológicamente muchas veces, el “amor veneris”, en palabras más sencillas, el clítoris femenino. Éste sigue despertando especulaciones, deseo y tanto en el horizonte histórico de la obra como en el aquí y ahora, continua provocando que la piel de muchos se erice con la sola pronunciación de la palabra. Si Cristóbal creyó descubrir las Indias, Mateo descubrió ese objeto de apetito propio y ajeno lo que le depararía los sinsabores de aquellos que se enfrentan a la Inquisición y digo enfrentan y no enfrentaron porque la tardomodernidad aún no se decide a ser plenamente moderna, aporía ésta, que acarrea que en el siglo XXI algunas voces callen y muchos rostros enrojezcan al oír la palabra que nombra esa galimatías que esconde el deseo.

Mateo, en la piel del siempre sutil Alejandro Awada se enamorará de una prostituta veneciana, Mona Sofía, encarnada en una orgánica composición de Sofía Gala Castiglione. Hará lo indecible por conquistar su amor que está reservado a todos los hombres y a ningún hombre. Su fiel sirviente, Leonardino, a cargo de un impecable Walter Quiroz, será narrador testigo, coro a la manera griega, cómplice del receptor y buitre que sobrevuela los futuros restos del amor mundano y del “amor veneris”.

El Inquisidor Alessandro de Legnano, interpretado por Antonio Grimau, quien en un gran trabajo tendrá la nefasta tarea de perseguir a Mateo para juzgarlo y no podrá abstraerse del deseo, funciona como una conciencia quebrada. Porque es un cura pero un hombre a fin de cuentas.

Para que la historia consiga su clímax y el descubrimiento de Mateo sea cabalmente exhibido, Inés de Torremolinos, a la que da voz una espléndida Romina Ricci, llegará a la ablación de su tesoro, porque viuda y rodeada de los preceptos de la época, su “amor veneris” no le da tregua. Alejandra Rubio, impecable es sus roles, será una Beatrice, que aquí no es casta como la del Dante, también será la abadesa del prostíbulo, una campesina y la mensajera, cumpliendo así con cierta concepción femenina que muestra que las mujeres podemos serlo todo. Este desdoblamiento en múltiples personajes colabora con la economía narrativa.

A esta precisa versión de Luciano Cazaux, Muscari la ha sellado con su estilo. Ya que contar una historia que ha sido muy leída amerita el riesgo de la novedad. Entonces la puesta se narra en tres niveles de representación que son el correlato de 3 niveles discursivos. Por un lado, la historia de Mateo que se retrae hacia el pasado o se expande hacia el futuro amarrada a las aventuras del atribulado protagonista.

Por otro, los actores conversan entre sí, saliendo de sus personajes, nombrándose por sus nombres de pila y aludiendo a cuestiones reales de su quehacer, y en un último nivel de representación, habrá una ruptura de la cuarta pared, cuando los personajes se dirigen a los técnicos o al público.

En una historia lineal el espectador se mece tranquilo en el hilo de lo representado pero los quiebres y rupturas que le imprime Muscari a su puesta tuercen lo previsible, desandan un camino conocido y, a la vez, provocan un retardo de la resolución que cuando llega, se presenta de modo abrupto dejando al espectador solo con su conciencia a merced del final en dos sentidos, el fin de la historia y el fin del experimento teatral.

El diseño de arte y vestuario creado por Renata Schussheim, colabora con lo narrado y guarda perfecta sincronía con la escenografía de Marcelo Valiente. La música de Gustavo Santaolalla sugiere e imprime climas armónicos con la diégesis. Y el espectador se balancea entre los siglos de una historia que a veces resulta demasiado cercana por los prejuicios que aún dominan a la sociedad.

En 1572 Fray Luis de León fue encarcelado por la inquisición, se lo acusaba de traducir el Cantar de los Cantares y de tener una abuela judía conversa, hecho incomprobable que Fray Luis desconocía. Durante los años 90, el Vaticano decidió perdonar a Galileo Galilei, condenado en 1633 por defender la teoría que afirmaba que la tierra giraba alrededor del sol, imperdonable afirmación pues de ese modo el mundo cristiano dejaba ser el centro. Hace pocos días Los Beatles han sido absueltos por la Santa Sede, por el acto de soberbia que los condenó cuando Lennon afirmó ,hace 40 años y como una humorada, que el grupo era más famoso que Jesús.

Veremos si la crítica que valora en términos de: bueno, regular, excelente o malo, tolera la osadía de Cazaux al versionar el texto, a Muscari, la irreverencia con la que monta una obra de gran factura y a los actores por proferir que prefieren sexo antes que eucaristía. Porque el arte no debe ser moral, sería terrible que lo fuera. Morales o inmorales somos los sujetos. Las puestas no deben omitir el nombre del sexo y los espectadores deben saber que en el único lugar donde se puede ejercer la libertad de ser otro, es sobre el escenario. Y esta versión de El Anatomista, narra los temas recurrentes de la humanidad: deseo, amor y muerte con novedad y mucha entrega y su elenco ofrece su noble trabajo y nos permite ver qué hace Muscari cuando se mete con lo “culto”, y de esta aventura también sale airoso.

Quienes llenan la sala del Regina (hay que reservar entradas con tiempo pues se agotan) saldrán perturbados, asombrados, absortos pero nunca indiferentes y de eso justamente se trata el teatro, de crear una inestabilidad que nos permita revisar, al menos, esos prejuicios anquilosados que se nos quedan atrapados muy adentro y que en más de una ocasión no nos dejan ser.

Nota realizada por Teresa Gatto y publicada en Leedor.com el 20 de abril de 2010.

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