jueves, 3 de diciembre de 2009

LA ÚLTIMA VEZ (QUE ME TIRÉ A UN PRECIPICIO)

La fresca e inocente mirada del clown reflexionando sobre la propia existencia.

Viki AlmeidaAgradables y alegres acordes musicales inundan la sala del Teatro El Piccolino preanunciando el comienzo del espectáculo. La melodía va introduciendo a los espectadores en un mundo de fantasía donde todo puede ocurrir. Una mujer en el borde de una cornisa a punto de caer. El suspenso y la expectativa flotan en el aire. Un paso en falso y el desenlace será inevitable. El espacio al aire libre y en la altura es sugerido por los sonidos de los pájaros, el tráfico y las bocinas y contribuyen a aumentar el suspenso y la tensión. Pero lejos de la preocupación, se escuchan las primeras risas de un público que ya está disfrutando de esa imagen inocente y vulnerable que se recorta sobre la pared de ladrillos con su vestido acampanado y su nariz roja. Frente a ella el vacío, lo desconocido, la vida. Una parte de ella se niega a seguir avanzando y quiere volver sobre sus pasos. ¿Podrá entrar “en razones”? ¿Podrá desandar el camino? El descenso, como recorrido existencial, parece ser inevitable. La alegría, como elemento insustituible, trastoca la percepción y transporta al espectador a un mundo distinto. El universo del clown sorprende y el escenario parece estar en otra dimensión donde todo es posible.

Las caídas se sucederán como en un viaje vital ineludible en el que deberá tomar decisiones a cada paso, intentando alcanzar un equilibrio cuya inestabilidad resulta irreversible.
Así se sucederán los diversos instantes de una vida. La relación con los padres, los amigos, los nervios de la primera cita, el amor, el primer beso, el casamiento, la llegada de los hijos, sus primeros pasos, los deseos, la necesidad de aceptación y de afecto, la búsqueda de la propia identidad…

La actriz Victoria Almeida compone un personaje de gran belleza y ternura que guía al espectador en un divertido recorrido en el que, a través de la fresca e inocente mirada del clown, se reflexiona sobre la propia existencia.

La dirección de Mario Luis Marino resulta impecable acompañando el proceso creativo de la actriz y logrando el adecuado ensamble de diversos lenguajes expresivos. La puesta en escena en su totalidad es de gran calidad. Todos los elementos (vestuario, iluminación, música y sonidos, videos, animación digital, fotografía) se destacan por su diseño y expresividad. Uno a uno se van entrelazando como individuales melodías, conformando una agradable textura que estimula los sentidos y crea una interesante atmósfera de fantasía.

Cabe destacar que, siendo en la actualidad más accesible el uso de la tecnología, hemos presenciado en los últimos tiempos gran cantidad de obras de teatro en las que se usan herramientas de cine y video. En la mayoría de los casos se las utiliza para ilustrar una determinada situación o simplemente como un adorno que, si bien resulta agradable visualmente, no agrega nada nuevo al relato. Por el contrario, en “La última vez (que me tiré a un precipicio)”, el lenguaje teatral de las acciones se mixtura de tal manera con la animación, el video y la música, que logran conformar una unidad expresiva de gran significación. El espectador goza de un espectáculo donde los límites entre lo real y lo ilusorio son difusos. La ternura de una clown con su vestido a rayas y su calzón con volados por momentos podrá ser una muñeca o un dibujo animado.
Todos los viernes a las 23 y hasta el 11 de diciembre, la fantasía y la diversión se hacen presente en el Teatro El Piccolino. Para el que busca vivir una excelente experiencia, ver “La última vez (que me tiré a un precipicio)” resulta imprescindible.


Esta nota ha sido publicada por Carlos Folias en Leedor.com

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