"El teatro se ha recogido en lo que es su esencia: lo es que vivo e irrepetible. Es un arte que se autoconsume, que se devora a sí mismo en la propia acción del actor, porque el actor no crea un objeto artístico: el objeto artístico es él. Es la primera paradoja: hacer teatro es matar al teatro"
Foto: Soledad Ianni
A sus 80 años, el actor y autor sigue poniéndole el cuerpo a personajes exigentes. En una conferencia de prensa con alumnos de Radio, reflexionó con lucidez sobre el hecho teatral en tiempos del imperio de la espectacularidad.
Juan Carlos Gené acaba de cumplir 80 años. Ocho décadas dedicadas casi íntegramente a la actuación y a la imaginación. Es que, aunque sus debuts como actor, como dramaturgo, como director, se pudieran fechar con precisión, él no olvidó el despertar de su vocación (o al menos su primer recuerdo sobre ella), cuando, tras el primer día del colegio primario, volvió a la casa y comenzó a imitar a su maestro, el hermano Narciso, de quien por entonces, con su sotana y un inmenso manojo de llaves, imaginaba que era un ángel.
Desde entonces (pese a que sería imposible condensar una carrera en apenas un puñado de nombres, la referencia es obligada): guionista de "Gracias por el fuego" y de "La Raulito", en cine, y de "Cosa juzgada" en televisión, por citar sólo un puñado de ejemplos; actor de películas tan emblemáticas como "Los hijos de Fierro", "Quebracho", "Tiro de gracia", "La Fiaca" o "Tute cabrero" y de decenas de obras de teatro; dramaturgo que puso su firma en clásicos de la talla de "El herrero y el diablo", "Se acabó la diversión", "El inglés", "Golpes a mi puerta", "Ulf", "Memorial del cordero asesinado"…A su carrera profesional se suman su trayectoria institucional como presidente y secretario general de la Asociación Argentina de Actores, como director general de Canal 7, como director general del Teatro San Martín y, desde hace años, como presidente del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT).Gené está haciendo, en el Teatro del CELCIT, "Minetti", una obra del autor austríaco Thomas Bernhard, dirigida por Carlos Ianni. "La sensatez implica que no sé cuántos trabajos más voy a hacer", reflexionó en una conferencia de prensa con estudiantes de la Carrera de Radio en ETER.Aunque matiza: "Por fortuna, no siento haber tocado mi techo. Creo que con este trabajo identifiqué en mí un grado de madurez del que nunca había tenido conciencia. Debe ser porque estoy viejo".En "Minetti", el autor utilizó el apellido de un famoso actor alemán que murió en 1998, a los 93 años, para narrar la historia de un viejo actor que fue expulsado de su compañía y se pasó treinta años actuando solo frente a un espejo. "Bernhard crea a menudo obras con apellidos de nombres muy conocidos, pero que no tienen nada que ver con el personaje conocido. A partir de ahí, uno nunca sabe si lo que cuenta es auténtico o es ficción o es un delirio personal. De cualquier manera, a través de este delirio se plantean las paradojas del teatro de una manera muy dura."Las paradojas del teatro. Eso es lo que parece ocupar en estos días las reflexiones de Gené. "El teatro es una actividad bastante extraña, anómala, diría yo, en la época contemporánea, donde todo es macro, donde todo es enorme. El teatro es en sí pequeño, porque como es un hecho vivo, alcanza siempre a un número de espectadores que jamás pueden tener nada de masivo. El teatro se ha recogido en lo que es su esencia: lo es que vivo e irrepetible. Es un arte que se autoconsume, que se devora a sí mismo en la propia acción del actor, porque el actor no crea un objeto artístico: el objeto artístico es él. Es la primera paradoja: hacer teatro es matar al teatro."Para Gené, esa muerte que sucede en cada función, y la esperanza siempre renovada que promete la función siguiente, vinculan al teatro con mitos fundamentales de la humanidad sobre la muerte y la resurrección. Hasta que la muerte se torna irreversible: "En la última función de un espectáculo uno sabe que su personaje muere. De ahí que hay una tradición, que a mí no me gusta, que creo que es de origen español, por la cual en la última función de un espectáculo los actores, los técnicos, hacen muchas bromas, algunas muy pesadas. Es una manera de vencer la angustia de que para todos eso muere."No obstante, muy lejos de lo mítico, lo que preocupa del teatro actual al actor y director es su imbricación con la lógica del mercado, que impone una dinámica marcada por la publicidad y los medios. "Esta paradoja que lo que está en los medios no existe", resume."Actualmente, la publicidad es el rubro más caro de la producción teatral. Ni la producción material de los espectáculos ni los honorarios de los actores cuestan tanto como hacer saber simplemente que uno está ahí haciendo 'eso'. Esto nos crea una relación con el periodismo radial, televisivo, gráfico, muy seria. Por último, un elemento que siempre fue estimulante para la actividad teatral, la crítica en los periódicos, está desapareciendo. Actualmente, sólo dos diarios hacen crítica, La Nación y Clarín, y algunas revistas; esto significa que el teatro tiene menos espacio en los medios gráficos."La falta de visibilidad genera, según Gené, un fenómeno que acompaña a todo lo artístico en la sociedad contemporánea: la falta de público. "Un teatro que no está en los medios suele no tener público, por lo tanto, no existe. ¿Por qué? Porque el teatro es el actor en estado de representación frente al público; sin público, no hay teatro."Según el actor, la primera ruptura entre el teatro y el público se produjo durante la dictadura militar. "En el 76 -recuerda- todo aconsejó que yo abandonara el país. Cuando me fui, lo normal era hacer ocho funciones semanales. Nadie levantaba un telón pensando que iba a hacer menos de 100 representaciones, y los grandes teatros estaban todos abiertos. Cuando volví, eso ya no existía."El temor a juntarse se combinó con el cambio en los consumos culturales de la clase media, que comenzó a volcarse más a la televisión, el cine y los grandes espectáculos deportivos antes que a propuestas más arriesgadas. "Esta masa fue disminuyendo a medida que aparecían las nuevas variantes de espectáculos. Pero en nuestro medio lo que terminó de cambiar las cosas totalmente fue la política de la dictadura militar, no porque se ensañara contra el teatro... El asunto fue que la política fue de atomización total de la sociedad, es decir, de desmovilización, que el que pudiese se refugiase en sí mismo sin relación con el afuera."
EL CUERPO EN ACCIÓNCada año, en julio, en plena temporada alta de vacaciones de invierno, Gené se toma el trabajo de contar la cantidad de espectáculos teatrales que presenta Buenos Aires. En su última cuenta, registró 222. ¡Doscientos veintidós!"Ahora, ¿qué pasa ahí?", matiza. "Una cosa bastante excepcional, que es que, en esa oportunidad, había solamente 22 de las 222 obras que se hacían en salas económicamente viables, con una cantidad de espectadores que puede sostener un espectáculo, crear una plusvalía que te permite montar uno nuevo y que todos los que intervienen en él puedan unos meses vivir de su trabajo. Esto significa que cada vez quedan menos teatros de esos y, en cambio, crecen una enorme cantidad de pequeños teatros, hecho por pasión de la gente por hacer teatro." Sólo alrededor del Mercado del Abasto, apunta, hay 27 teatros pequeños, de menos de 200 localidades (la mayoría, de mucho menos de 200). "A lo único que pueden aspirar esas salas es a, en el mejor de los casos, permanecer abiertas con subsidios del estado."Para Gené, este es uno de los datos positivos de los últimos años. La creación del Instituto Nacional del Teatro y, en la ciudad, de ProTeatro, significó un fuerte apoyo estatal a la actividad teatral independiente. Por otra parte, la imposibilidad del teatro como negocio ayudó a configurar otra característica que el actor valora positivamente: "ha hecho que se recogiera en su función esencial, sin ningún tipo de devaneo. Esa función esencial en la cual es insustituible el hecho vivo, es decir, seres vivos, en la presencia de seres vivos, realizan una acción de ficción que se dirige al conciente o al inconciente del espectador. El teatro ya no tiene las pretensiones de ser un espectáculo. El cine es mucho más perfecto, pone la galaxia en escena. El teatro es el hecho humano, hecho con la mano del hombre como herramienta fundamental."La multiplicación de las salas es el correlato de una llamativa explosión de estudiantes de teatro: "no sé si no llega a superar la cantidad de espectadores -dispara-. Probablemente exagero, pero uno se tiene que preguntar qué es lo que pasa, por qué ese interés.""Yo creo que hay algo muy profundo en eso -explica-, que es que en nuestra cultura, entre lo que comemos y su origen hay una distancia higiénica con la que no tenemos nada que ver. Nosotros recibimos un bife empaquetado, pero no vemos el momento en que se sacrifica a la vaca. El cuerpo, en la sociedad contemporánea, no tiene aplicación: no tenemos que trepar a los árboles, no tenemos que pelear con fieras, no tenemos que caminar kilómetros para poder comer, no tenemos que lanzar arpones contra las ballenas. Y esto es una necesidad del ser humano que está de alguna manera sofocada. El teatro da la oportunidad de manifestarse con la totalidad de la corporalidad. Yo creo que la cuestión está ahí, en la necesidad de poner el cuerpo, de experimentar con el cuerpo, de ser quien soy, saber quien soy."
• eter.com.ar 2009-07-19
• eter.com.ar 2009-07-19
Nota publicada en Celcit
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