El reciente fallecimiento del reconocido director, dramaturgo y teatrista brasileño, Augusto Boal, brinda la oportunidad de acercarse a su máxima creación de comienzos de los años ’60: el Teatro del Oprimido. Surgidas de un profundo trabajo de investigación, sus técnicas quiebran todo presupuesto, convirtiendo al teatro en un ensayo para la realidad y al escenario en un espacio en el que actor y espectador se desdibujan ya que, como sostenía el propio Boal, “cada ser humano es teatro en sí mismo”. Había sido propuesto para el Premio Nobel de la Paz en 2008 y recibió el título de Embajador Mundial del Teatro de la Unesco.
“Asistan al espectáculo que va a comenzar; después, en sus casas, con sus amigos, hagan sus obras ustedes mismos y vean lo que jamás pudieron ver: aquello que salta a nuestros ojos. El teatro no puede ser sólo un evento, ¡es forma de vida!”. Con estas palabras, que cierran su mensaje en ocasión del Día Mundial del Teatro, Augusto Boal condensó su manera de entender el arte escénico.Actor, director, teórico y pedagogo, Boal creó el Teatro del Oprimido a comienzos de los años ’60, en claro vínculo con el particular contexto histórico y político, y con la idea de subvertir las convenciones que reglaban la representación escénica. Este modo de entender el teatro cuestiona la división entre los roles de espectador pasivo y actor en uso de la palabra como un presupuesto ideológico reproductor de las relaciones sociales, por lo que se plantea el borramiento de esos roles concediendo al espectador la posibilidad de intervenir activamente. A través de una serie de ejercicios físicos, juegos estéticos y técnicas especiales, el objetivo del Teatro del Oprimido es reponerle a la actividad teatral su alcance como instrumento para la comprensión y la búsqueda de soluciones a problemas sociales.“El Teatro del Oprimido es un libro muy reconocido que se instaló en el ámbito de la formación teatral, manteniendo una íntima relación con el particular contexto de los años ’60, marcado por los grandes movimientos revolucionarios en América Latina. Pedagógicamente se propone como generador de cambios en la forma de pensar la enseñanza del teatro y su función social y política, propias del escenario en el que este Teatro del Oprimido fue concebido. Sin embargo, me arriesgaría a decir que hasta la actualidad sigue teniendo una gran impronta para quienes se siguen formando y quienes enseñan en el área teatral”, señala Marcelo Velázquez, adjunto de la materia Historia del Teatro Latinoamericano del IUNA.
Los primeros trabajos de Boal fueron en su Brasil natal, al frente del Teatro Arena, cuya dirección artística ejerció hasta su exilio en Argentina, en el año 1971. Con este colectivo exploró las propuestas de Paulo Freire y su Pedagogía del Oprimido aplicadas al teatro, con el propósito de que el espectador pueda actuar y la platea se convierta en escenario. En sus propias palabras, se trata de un “espectador privilegiado, el especta-actor, que es sujeto y objeto a la vez, que puede guiarse a sí mismo, ponerse en escena, un principio que opera en el espectador cuando está obrando”.Algunas de las formas de su Teatro del Oprimido son el denominado Teatro Periodístico, que consiste en dramatizaciones creadas por los participantes a partir del análisis y la discusión de las noticias de los diarios. En esta primera etapa, la consigna no era presentar un trabajo teatral acabado, sino que se fuera produciendo a medida que se desarrollaba; el Teatro Invisible, una ficción en medio de la realidad, escenas que se presentaban en espacios públicos, en la calle o a bordo de trenes, con la participación activa de los espectadores; o el Teatro Foro, que Augusto Boal elaboró en Perú como “una dramaturgia simultánea” que se interrumpía en el momento del clímax para que los asistentes propusieran cómo debía seguir la acción .“Las prácticas del Teatro del Oprimido siguen funcionando perfectamente. Los ejercicios actorales que formaron parte de su actividad concreta con el Teatro Arena son hoy parte de la formación de quienes se acercan a estudiar teatro: la técnica del reflejo, del espejo, el Teatro Foro, el Teatro Invisible; todas dan lugar al debate y la reflexión. Por lo que, la importancia fundamental de Boal es haber dejado este legado en forma de manual de formación para la práctica teatral, que tiene un sentido político, pero el teatro nunca dejó de serlo”, indica Marcelo Velázquez a InfoUniversidades.
En 1993, Augusto Boal llevó sus técnicas teatrales al Parlamento brasileño cuando fue elegido concejal por el Partido de los Trabajadores. Allí desarrolló el Teatro Legislativo, haciendo partícipe al elector de la creación de las leyes. “Presentamos cuarenta proyectos de ley y llegamos a promulgar trece. Algunas de las que se aprobaron eran muy concretas: más atención geriátrica en los hospitales, o la ley de protección a los testigos judiciales, que fue sancionada a nivel nacional. Hacíamos una obra, la discutíamos con los espectadores que proponían soluciones y de ahí sacábamos los proyectos para las leyes”, decía Boal en una entrevista reciente.El Teatro del Oprimido se dispersó por el mundo y hay un creciente número de grupos y colectivos teatrales que lo practican, en países con las más diversas realidades sociales. Artistas y obreros, campesinos y maestros, trabajadores y estudiantes encuentran en las propuestas de Boal una herramienta para respetar las diferencias entre individuos, para la inclusión y “la justicia económica y social, fundamento de una verdadera democracia. Resumiendo, el objetivo general del Teatro del Oprimido es el desarrollo de Derechos Humanos esenciales”. Por este dedicado y profundo trabajo fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz en 2008 y recibió el título de Embajador Mundial del Teatro de la Unesco.
En épocas de globalización y marginación, los postulados del Teatro del Oprimido son un instrumento para recuperar la escena como catalizador social y el diálogo como principio de inclusión. Para Velázquez “ha cambiado el mundo, sobre todo a partir de la desilusión que suponen la caída del Muro de Berlín y las crisis nacionales y mundiales. De todas maneras, en estos momentos de posmodernidad o de entresiglos, hitos como Boal y su trabajo se resignifican ante la pérdida de la ilusión, especialmente en el campo artístico. Así como los escritos o pautas que recibimos de grandes maestros del siglo XX (Meyerhold, Kantor, Stanislavsky, Brecht, Grotowski, Barba), el Teatro del Oprimido sigue vigente en este sentido: el de la posibilidad de aferrarnos, como artistas, a materiales desde donde seguir encontrando el sentido para nuestro quehacer artístico en épocas en que todo tipo de ilusión parece haberse perdido”. Ilusión que, en tanto todo ser humano es teatro, sería importante recuperar para -como entendió Augusto Boal- iluminar el escenario de nuestra vida cotidiana.
Nota de Betina Bróccoli
Prensa y Difusión - Secretaría de Desarrollo y Vinculación Institucional
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Instituto Universitario Nacional del Arte
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